jueves, 8 de noviembre de 2007


Hay un momento en nuestras vidas, en que regresan a nosotros recuerdos que creíamos totalmente olvidados, rostros sin nombres, nombres de viejos amigos que dejamos de ver por 20 ó 30 años, entonces como a través del cristal del tiempo, desfilan ante nuestros ojos imágenes mnémicas de lejanos campamentos, épicas carreras de “carros romanos”, tenaces competencias por el honor de llevar el banderín de distrito hasta que otra patrulla nos lo disputara en el siguiente campamento, escarchadas mañanas de formaciones alrededor del mástil, mágicos fogones, místicas canciones del adiós, fraternales apretones de manos con muchachos del interior con quienes compartimos un fin de semana y a los que tal vez no volveremos a ver, pero que seguramente buscaremos en el próximo Ca. Na. Pa.

Entonces, durante un eterno segundo, nuestro espíritu abandona la materia cincuentenaria y regresa a esos años dorados, se introduce en el viejo uniforme y corre tras el guía de patrulla que enarbola orgullosamente su banderín, vocifera un apenas entendible grito tratando de superar al resto, siente correr nuevamente por sus venas el mágico ardor de esa lejana época en que era parte del “gran juego” que se jugaba en cada país del mundo con las mismas reglas, con la misma ley; sus ojos se colman nuevamente de pañuelos multicolores y su voluntad se tensa en memorables competencias, que aunque no gane, le dejaran en la boca el dulce placer de haber participado.

Cuando ese momento llega a nuestras vidas, y aquellas aventuras que hoy parecen imposibles no dejan de sucederse en nuestras mentes, cuando sentimos que nuestro espíritu clama por el tiempo pasado, puede ocurrir uno de esos inesperados milagros y un mágico e-mail nos anuncia que el gran juego no terminó, que aún podemos volver a reunirnos en torno al fogón, que la promesa no fue olvidada, que sin darnos cuenta seguimos viviendo la centenaria ley cada día en nuestras vidas, que el legendario cuerno de Kudu volvió a sonar en Brownsea…que ya es tiempo de “volver a casa o campamento y silbar”.

En estos momentos, mientras me preparo para asistir a la reunión mensual de mi grupo de Scouts y Guías Adultos, siento que voy a casa, a reunirme con mis hermanos, a trasponer el mágico portal que me permite regresar a aquellos míticos tiempos que nunca terminan, por que siempre están allí, aguardando a que regresemos a ellos.

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